En nuestro trabajo como Orientadores/as trabajamos con tutores, familias y alumnado para orientar sobre la respuesta educativa en base a una valoración o diagnóstico que en ocasiones, la mayor parte de ellas, conlleva etiquetar o diagnosticar. Muchas veces me encuentro en mi día a día con compañeros/as, familias, otros profesionales ajenos a la educación que se muestran reticentes a “poner etiquetas”, con la idea de que así estigmatizamos al alumnado o a su contexto, quitando así...
Recientemente he tenido la oportunidad de tener una entrevista con la madre de una de las alumnas de 6º a la que hemos realizado una valoración desde el Equipo. Desde el EOEP y dado el paso a la secundaria y a la adolescencia, decidimos valorar la autoestima a final de curso al alumnado de 6º de EP. Citamos a la madre, dado que por parte de una compañera de la menor, nos llega información de que existe un riesgo evidente de conductas autolíticas por parte de la primera menor mencionada....
¿Mi hijo/a un TDAH? Imposible....tendrías que verlo/a .... se concentra como si no hubiera un mañana....- No son pocas veces las que como Orientador he oído por parte de las familias, este tipo de comentarios cuando nos encontramos ante alumnos que identificamos con necesidades asociadas a esta valoración, o la ya recurrente - ¡Qué va!, si mi hijo/a ni se mueve....- confundiendo o mal interpretando que un déficit de atención debe ir acompañado de una hiperactividad o inquietud motora....